La soledad es un tema que tiene muchas aristas y visiones distintas dependiendo de dónde esté situada la persona que la padece.

En este post hablamos de soledad enfocándonos en la situación de las personas mayores que ya no están en activo laboralmente o que han abandonado sus aficiones preferidas, por distintas causas como alguna enfermedad o discapacidad para realizar aquello que les encantaba. ¡Cuanta injusticia vemos a nuestro alrededor cuando no se aprecia ni valora la sabiduría de muchos profesionales mayores! Toda una vida consagrada a una actividad convertida en pasión que sería de gran valor para los jóvenes con sueños parecidos! Cuanta gente ninguneada por el hecho de ser mayor y cuanto talento desperdiciado!

Esta visión de la soledad tiene al menos dos caminos; el del aislamiento voluntario, es decir el de dejarse llevar por un cansancio comprensible que hace que esperemos que alguien llegue a darnos lo que necesitamos o el esfuerzo por salir del aislamiento y vivir una vida con sentido teniendo en cuenta y adaptándonos a las características del momento vital.

En total, según la encuesta continua de hogares del INE, en España hay 4,7 millones de hogares unipersonales. Es una cifra que sirve para imaginar, pero no para delimitar, un problema estructural e invisible. Porque la soledad ni afecta a todas las personas que viven solas, ni afecta solo a las personas que viven solas. Por ello, es muy importante ser conscientes cada uno de su situación y si se está en esa situación intentar paliarlo con las muchas ofertas que cada Municipio ofrece, además de contar con la familia y amigos.

Como dice el periodista Fernado Ónega “La soledad es encontrarte encerrado en ti mismo, sin posibilidad de abrir una ventana a otras personas y con una sensación de que nadie te hace caso. Eso te lleva a interiorizar la vejez, a amargarte y a sentirte invisible.”  Por supuesto, obviamos las situaciones de salud en que la persona carece de voluntad propia. Hablamos de la soledad consciente. Esta sensación la sentiría, sin duda, la persona que se abandona al aislamiento, la que permite que el amargor sea su sabor predominante, la que espera que los otros vengan hacia él, se compadezcan y le nutran en sus carencias. Como esto suele ocurrir poco, el rencor y la amargura crecen, haciendo que nuestro carácter y calidad de vida, empeoren. Las etapas de la vida no son negociables, solo podemos optar por enfrentarnos a ellas con una actitud o con otra. No todo, pero casi todo depende de nuestra postura vital.

Y existe esta segunda forma de tomarse el paso del tiempo y la llegada de los achaques, esforzarse por salir de la espiral descendente que sabemos donde conduce. Hay muchos proyectos impulsados por Instituciones Públicas o Privadas que favorecen la comunicación y la participación activa de personas mayores en proyectos de gran interés social, así como sencillos planes con amigos y conocidos.

Pero también existen otras fórmulas, como elegir la no soledad simplemente aceptando el momento vital por el que pasamos y abrirnos a los demás de forma sencilla, con voluntad de dar ya que tenemos la mochila cargada, y con el ánimo de no criticar ni juzgar negativamente lo que otros piensen o hagan. Y esto no por un buenísmo tontorrón sino para protegernos de que la “inadecuada” forma de ver las cosas, penetre en nuestra alma, como el agujerito mínimo de una tubería de agua que inunda tu casa y la del vecino. Poco a poco y sin que te des cuenta, estás sin toalla que tirar, ya no queda ni una, las tiraste todas al dejar que el desánimo y la negatividad entrara en tu vida.

Lo más gratificante que les pasa a la mayoría de las personas es que les escuchen. Eso es puro gozo. Nuestra autoestima crece y eso nos llena de endorfinas, la droga interna de la felicidad. Y a mayor edad, mayor es el gozo. Sin embargo, a la persona que tenemos enfrente le pasa lo mismo. Y es en esa negociación o en esa generosidad donde se encuentra la felicidad del mayor. Escucha sin implicarte, no juzgues lo que el otro te cuenta ya que seguro que habrá mucho de fantasía en ello, la misma fantasía que si lo contarás tú, lo adornarías más que un árbol de navidad, pero escúchale o al menos, oye. Y ofrécele algo de cariño al parlanchín ya que poco más necesita para salir de esa soledad y romper su aislamiento. Se sentirá a gusto porque pensará qué gente más maja hay por la vida, y solo por escucharle.

Si tu físico te lo permite, sal de casa, respira el aire, más o menos contaminado, es igual, pero respíralo y mira tu entorno. Seguro que ves cosas increibles que antes no viste. Interésate por tu pueblo, ciudad o barrio, es increíble lo poco que sabemos del lugar donde vivimos. Saluda a tus vecinos y procura hacerte amigos o conocidos con los que coincidir en cualquier lugar. Si tienes ocasión, salud razonable y posibiidad económica para viajar, ni lo dudes, vete. Ten esa experiencia. Al menos una vez, aunque la mayoría de los que lo hacen, repiten. Hay muchos programas para ello que seguro que alguno te encajará perfectamente. El IMSERSO funciona bastante bien. También es saludable hacerte con hábitos estimulantes, como imponerte tareas que te movilicen, como los lunes partida de cartas, los miércoles mandalas o costura, los viernes café o cervecita con los amigos, etc.

Cualquier acción es buena para no rozar la exclusión social y el aislamiento. La vida es lo que es y lo único satisfactorio que nos llevamos es lo que nosotros damos. ¡No tires la totalla, recuerda, Ya no hay toallas!! Hay lo que hay y lo que yo haga con ello, que puede ser una obra de arte!


July Echevarría Núñez.